Introducción
La minería de Bitcoin y su impacto en el clima es probablemente el tema más incomprendido de toda la industria. No es raro ver titulares que afirman que el consumo energético total de la red supera al de países como Dinamarca, Finlandia o Países Bajos.
Esas cifras colocan a Bitcoin en el punto de mira de las críticas medioambientales. Para un observador externo, esas críticas parecen lógicas: si no entiendes el valor de Bitcoin ni cómo funciona la industria minera, la minería de Bitcoin puede parecer simplemente una enorme fuente de daño climático.
Pero si profundizas un poco más, la imagen cambia. En esta página vamos a hacerlo y trataremos de explicar de forma clara el debate climático en torno a Bitcoin.
¿Por qué tiene valor Bitcoin?
Para poder hablar del impacto climático de Bitcoin, primero hay que entender su valor. Si opinas que Bitcoin no vale nada, entonces cada kilovatio hora usado en minería es un derroche.
La propuesta de valor de Bitcoin es, en esencia, bastante simple: es la primera y única forma de dinero en el mundo con una escasez absoluta de 21 millones de unidades. Esa escasez está protegida por una red descentralizada de nodos y por los mineros, que con su trabajo construyen un “muro de energía” alrededor de la red.
El problema es que en Occidente hemos vivido durante décadas con la comodidad de monedas relativamente estables. La inflación siempre ha existido, pero pocas veces fue tan grave como para afectar de forma dramática a la población. Para la mayoría era “normal” que los precios del supermercado subieran cada año unos pocos puntos porcentuales, o que el precio de la vivienda no dejara de crecer.
Por eso, en Occidente mucha gente no entendía el valor de Bitcoin como dinero duro, mientras que las crisis de hiperinflación en países como Zimbabue, Argentina o Turquía sí lo hacían evidente para sus ciudadanos. En el mundo rico, dominado por la política y los medios occidentales, Bitcoin fue visto durante mucho tiempo como una curiosidad digital sin valor, y de ahí parte de la crítica hacia su consumo energético.
Ahora que también en Occidente vivimos tasas de inflación altas, la percepción sobre Bitcoin empieza a cambiar. Aun así, si no reconoces el valor de la escasez absoluta de Bitcoin, es comprensible que veas su consumo energético como un despilfarro.
El sistema financiero actual
Comprender el valor de Bitcoin es el primer paso para hablar de su impacto climático. El segundo es compararlo con el sistema financiero actual.
El sistema tradicional está basado en la deuda. Hoy la montaña de deuda global es aproximadamente cuatro veces mayor que el ingreso mundial. Si asumimos un interés medio del 3% —una estimación conservadora—, la economía mundial tendría que crecer un 12% anual (4 × 3%) solo para no quedarse atrás. Sin embargo, en los últimos 100 años nunca ha crecido más del 8% anual. Eso hace imposible pagar la deuda en su totalidad.
La única salida de los bancos centrales es mantener los tipos de interés artificialmente bajos y refinanciar la deuda antigua con nueva deuda. Pero eso solo aumenta la montaña de obligaciones, hasta que el sistema fiduciario explote en forma de hiperinflación.
El punto clave es que hemos creado un sistema que solo sobrevive con crecimiento constante, y cada vez más acelerado. Las consecuencias para el clima son obvias: hemos construido una sociedad de consumo basada en deuda —es decir, en préstamos tomados de futuras generaciones— que requiere una producción creciente, con más emisiones y más contaminación, para sostenerse.
Bitcoin, en cambio, tiene el potencial de poner fin a ese “monstruo del consumo” y favorecer una sociedad donde solo se pueda gastar lo que previamente se ha ahorrado, o lo que se consiga prestado en un mercado libre a tasas reales.
Bitcoin y la energía renovable
Ya hemos visto los dos primeros elementos del debate energético: el valor de Bitcoin y la comparación con el sistema financiero actual. El siguiente punto se centra en la minería en sí.
La minería de Bitcoin se ha convertido en pocos años en una industria multimillonaria con una competencia feroz. Para seguir siendo rentables, los mineros buscan la energía más barata disponible. Y, curiosamente, esa energía suele provenir de fuentes renovables.
Esto se debe a que las renovables dependen de la naturaleza, y no son constantes: tiene que soplar el viento, brillar el sol, etc. Esa variabilidad genera excedentes de energía que a menudo no se pueden volcar en la red eléctrica. Como el almacenamiento en baterías no es rentable, esa electricidad se desperdicia.
Aquí entra Bitcoin: los mineros pueden ofrecer a los productores de energía renovable un precio mínimo para esa electricidad sobrante. Así, los mineros obtienen energía barata y los productores monetizan lo que de otra forma se perdería. De este modo, Bitcoin ayuda a que las renovables sean más rentables frente a sus competidores contaminantes, y al mismo tiempo se alimenta de esa energía limpia.
Según el Bitcoin Mining Council, actualmente el 58,4% de la energía usada en la red Bitcoin es renovable. Esta cifra se basa en un estudio que cubrió el 50% del hashrate global. Los participantes en ese estudio reportaron incluso un 64,6% de uso de energía renovable. En abril de 2021, la empresa Block (antes Square) publicó un informe donde señalaba que Bitcoin puede ser clave para el éxito de las renovables precisamente por esta capacidad de absorber excedentes.
El debate climático en torno a Bitcoin no es sencillo
Esperamos que, tras leer esta página, tengas una visión más clara del debate climático sobre Bitcoin. En conjunto, es un tema extremadamente complejo, sobre el que no se puede opinar con rigor sin comprender antes qué es Bitcoin, cómo funciona el sistema financiero actual y cómo opera la minería.
Por eso es preocupante que muchos periodistas hagan afirmaciones tajantes sin investigar. Cuando se ponen todos los hechos sobre la mesa, resulta difícil sostener que Bitcoin tiene un impacto neto negativo en el clima.
La atención también debería dirigirse al carácter contaminante de nuestra economía basada en deuda. Bitcoin puede ser la herramienta para acabar con ese monstruo de consumo generado por la montaña de deuda global sobre la que descansa la economía mundial.